Rosina Uriarte
Cuando los padres conocemos el diagnóstico de TDA-H (trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad) en uno de nuestros hijos, hay varios tipos de reacciones. Algunos padres se sorprenden y no comprenden que su hijo pueda sufrir semejante trastorno, éstos son los afortunados que no ven un problema claro en su hijo. Digo que son “afortunados” porque está claro que el trastorno no es grave y normalmente abarca solamente al área del aprendizaje. O quizá sí vean a un niño muy movido o por el contrario, demasiado parado, pero no le hayan dado demasiada importancia pues no supone un condicionante en la vida del niño ni de su familia.
Hay otro grupo de padres que sabemos que nuestro hijo tiene un problema desde el día que nace o poco después. Somos los padres que sufrimos una tortura diaria a través del sufrimiento de nuestro hijo y también del nuestro propio. Pues este trastorno puede desestructurar la vida de toda la familia. Y cuando en estas condiciones, llega el diagnóstico, nos parece que llega tarde y que muchas veces se queda bien corto.
Cuando algo nos afecta tanto, y sobre todo cuando atañe directamente a un hijo, los padres nos movemos de forma casi frenética: acudimos a especialistas, asociaciones, leemos libros, buscamos información en internet…
Al cabo de un tiempo, toda esta información se repite una y otra vez. Una vez que lees un buen libro o artículo sobre el TDA-H te das cuenta de que todos los libros y artículos siguientes se parecen. Salvando pocas excepciones, de las que voy a hablar más adelante, las versiones sobre el TDA-H que recibimos los padres son siempre la misma. Es lo que llamo la “versión oficial” pues es la única aceptada por los profesionales de la salud y educación que son los encargados de tratar este trastorno.
Lo que nos ofrecen son soluciones a los síntomas que muestran nuestros niños. Nos aseguran que el problema no es curable por lo que debemos entrenarnos y entrenar al niño a convivir de la manera más llevadera posible con este trastorno. El problema no puede curarse puesto que la raíz del problema no se toca, que es una inmadurez y mal funcionamiento del sistema nervioso. Es el cerebro el encargado de regular la atención que presta un niño en clase, también el encargado de regular sus emociones, su actividad motora, etc.
La medicación supone una solución temporal pues sí incide en las áreas cerebrales activándolas y haciendo que funcionen mejor. Pero no soluciona el problema ya que su efecto es transitorio.
El trabajo cognitivo y conductual, con el que también se trata a los niños con TDA-H, tampoco se propone curarles pues solamente trabaja los síntomas y no el problema. Así se entrena al niño a prestar atención, a controlar sus impulsos y su conducta… se le entrena a hacer todo lo que su sistema nervioso inmaduro le impide hacer. Si un niño tiene problemas con la lectura, se le dan clases particulares y se le hace leer más que los demás niños. Sin tener en cuenta que es precisamente esto lo que él no puede hacer.
Nuestros hijos no son vagos, no. Son auténticos héroes que sobreviven haciendo un gran sobreesfuerzo en el aula para obtener siempre peores resultados que sus compañeros. Y encima después, se les da más de lo mismo en horas extra que pueden suponer un auténtico suplicio… La motivación y la autoestima se ven dañadas lógicamente, y con este panorama es difícil que el niño avance realmente.
Cada día es menos difícil encontrar alternativas a esta situación, por suerte para tantos padres que las hemos buscado. No es aún fácil pues la palabra “alternativas” no está bien vista por parte de los profesionales y de las asociaciones. Enseguida se nos dice que son terapias “no avaladas científicamente”, “sin base científica”, “sobre las que no se ha estudiado o publicado”, “que van a arruinarnos económicamente” o “que sus terapeutas son todos unos charlatanes sin preparación”. También nos aseguran que “sus beneficios no están probados”. Pues bien, después de 11 años de investigar estas alternativas y de experimentar con ellas personalmente como madre, he de decir que solamente la primera afirmación es cierta. No están avaladas ni aceptadas, ésta es la realidad. Todo lo demás no es cierto. Sólo puedo hablar de las terapias que conozco, pero de éstas he de decir que tienen todas una base científica, se han estudiado y se han publicado artículos y libros sobre las mismas, no han supuesto ningún descalabro económico familiar en nuestro caso y desde luego, los terapeutas que he tenido la suerte y el honor de conocer, son excelentes profesionales. Y en cuanto a los beneficios… los hemos comprobado en persona.
¿Por qué no están estas terapias aceptadas? Ésta es una pregunta que me he planteado un millón de veces, aún no he encontrado la respuesta y no puedo imaginarme cuál pueda ser pues ninguna de las posibles respuestas tiene sentido para mí. Se habla de varias razones e intereses por los cuales no se aceptan ni se aceptarán en mucho tiempo. No voy a entrar en este tema polémico. Pero sí diré que como madre no puedo esperar a que las posibles soluciones al problema de mi hijo se avalen científicamente. Simplemente no disponemos de este tiempo…
Frente a la opción de trabajar los síntomas del problema, las terapias alternativas que buscan una organización neurológica, pretenden estimular, activar y hacer madurar las zonas cerebrales implicadas en el déficit de atención y la hiperactividad. Buscan que estas zonas cerebrales funcionen adecuadamente para que así desaparezcan los síntomas (problemas en la atención, dificultades de aprendizaje, excesiva actividad motora, comportamientos no aceptables, estados emocionales preocupantes, etc) y también así desaparezca el problema en sí. Los beneficios no son transitorios, sino definitivos.
Estas terapias no tienen por qué excluir el trabajo cognitivo-conductual o la medicación cuando ésta sea necesaria. Lo bueno sería complementar ambas formas de trabajar con los niños para que éstos obtengan los beneficios de las dos. Pero la organización neurológica se hace esencial y vital si lo que buscamos es solucionar el problema de raíz y para toda la vida.
¿Y si logramos con éxito eliminar los síntomas y por lo tanto, solucionar el problema?
¿Acaso a esto no se le llama “curación”? ¿Por qué nos da tanto miedo esta palabra? Puede que sorprenda, pero al igual que el término “alternativas” no es bien aceptado en ciertos entornos (léase asociaciones de padres de niños con TDA-H, foros sobre el TDA-H, profesionales que trabajan con el TDA-H), no es tampoco bienvenida la afirmación de que este trastorno se puede curar.
Quienes nos atrevemos a insinuarlo recibimos todo tipo de ataques verbales que nos acusan de ser “unos ilusos”, de “jugar con los sentimientos y esperanzas de otros padres”, “de querer vender una terapia milagro”, o de “mentir” simplemente…
Puedo asegurar que cuando una madre ha sufrido durante largos años, lo último que quisiera hacer en esta vida es jugar con el sufrimiento y la esperanza de otras madres como ella. Los que tenemos experiencia con la organización neurológica, sabemos que no existen las terapias “milagro”, que no hay nada de magia en el trabajo diario y constante durante años… No existe ninguna terapia que sea milagrosa, y por esto hemos buscado y buscado y hemos probado con varias hasta obtener de todas ellas los beneficios que nos podían ofrecer.
Pienso y siento que los padres no deberíamos pararnos nunca. La meta debería estar en la solución del problema. No tendríamos que tirar la toalla hasta llegar a ella. Y como no quiero pecar de “ilusa” diré que no soy quién para asegurar que siempre se pueda llegar a esta meta. Pero sí que es importante luchar para acercarse a ella lo más posible.
El trabajo siempre aporta beneficios si está bien encaminado. Para elegir qué hacer con nuestros hijos, lo más importante es estar bien informados.
Informarnos y seguir informándonos siempre.
Los padres debemos buscar nada menos que la solución, esto es: la curación, sí. Debemos ser ambiciosos por el bien de nuestros hijos. La experiencia me ha demostrado que tenemos derecho a serlo.
CONCRETANDO UN POCO MÁS…
Los niños con TDA-H tienen habitualmente problemas en muchas áreas: la atención, la lectoescritura, la destreza manual, la relación con compañeros y adultos, el comportamiento, las tareas cotidianas en el hogar, las rutinas, el control de sus emociones e impulsos…
Es importante valorar todas las áreas para saber cuáles son las necesidades más apremiantes en cada caso. Pero hay que recordar que el objetivo no es trabajar estas áreas directamente, por lo tanto, hay que buscar la causa de los síntomas que vemos y trabajarla donde está realmente.
La causa es una sola y es siempre la misma: una inmadurez cerebral que hace que el sistema nervioso del niño no funcione adecuadamente. Es posible evaluar y tratar esta inmadurez a través de la manera que tiene el sistema nervioso de manifestar su estado de desarrollo. Así se puede evaluar y trabajar:
– el movimiento global del cuerpo, posibles dificultades motoras
– debe estudiarse si el desarrollo motor ha sido el adecuado desde el nacimiento, si el niño ha avanzado por todas las etapas necesarias sin haberse saltado ninguna
– la posible presencia de reflejos primitivos que debían haberse integrado en los primeros meses de vida
– reflejos posturales que no se han desarrollado
– un tono muscular inadecuado, que es una señal de alerta y está muy relacionado con la atención
– la lateralización, que debería estar bien definida hacia los seis años (el niño debe ser totalmente diestro o totalmente zurdo)
– es necesario evaluar el funcionamiento de la visión, lo cual supone mucho más que la agudeza visual, pues el niño no tiene que ser capaz de ver claro simplemente, sino de utilizar sus ojos de forma conjunta y cómoda para poder leer y escribir, y el cerebro debe ser capaz de interpretar y procesar bien la información
– lo mismo ocurre con el sistema auditivo, que juega un importante papel en la atención y el rendimiento escolar. No basta con saber si un niño oye o no, hay mucho más que puede estar influyendo en sus dificultades y se puede tratar
– la integración sensorial, cómo llega la información que nos aportan los sentidos, si llega y si es bien procesada e interpretada por el sistema nervioso, el cual debe dar a la misma una respuesta en forma de movimiento, comportamiento, reacciones emocionales. Normalmente, cuando las respuestas del niño a lo que ocurre a su alrededor no son las adecuadas, al igual que cómo funciona en sus actividades diarias, debemos sospechar que los estímulos del entorno no están llegando de forma cómoda a su sistema nervioso y que éste no está realizando bien su trabajo
Para más información, consultar
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Nota: debo añadir LA ALIMENTACIÓN y la posible falta de nutrientes, intolerancias o alergias a determinados alimentos, como un aspecto a tener también en cuenta en la evaluación y el tratamiento del TDA-H.
Hablo principalmente de la organización neurológica por ser la forma de actuación que mejor conozco. Pero no descarto otras posibles vías de tratamiento de este trastorno. Junto a los cambios en la alimentación o la posible ingesta de complementos alimenticios, la homeopatía también puede ser muy beneficiosa.
A los padres nos conviene informarnos de esto como una parte importante del tratamiento junto a la organización neurológica.