El primer año es una etapa única dentro del desarrollo del ser humano.
Todas las etapas del bebé son maravillosas. Cada nuevo logro supone una celebración de alegría por parte de todos. Y no es para menos pues estos avances nos muestran la maduración que va alcanzando el niño, algo que damos demasiadas veces por sentado que se producirá de forma natural, pero que no siempre es así.
De todas las etapas del desarrollo de la vida de un bebé y de una persona en general, son las del primer año de vida las que tendrán una mayor importancia pues sentarán las bases de todos los logros que habrán de llegar después. Determinando así el grado de desarrollo que alcanzará la persona y por tanto, sus habilidades y destrezas.
Durante este primer año de vida, el bebé atraviesa etapas que valoramos poco como succionar con fuerza y meterse los objetos en la boca…Otras, también las interpretamos erróneamente como “poco importantes” porque son, como las anteriormente mencionadas, etapas intermedias o transitorias: como el arrastre y el gateo, previas a caminar. Sin embargo, no debemos dejarnos llevar por esta impresión de que sentarse, caminar y hablar son las funciones que únicamente cuentan realmente. Estos tres logros no se darán en las mismas condiciones sin los logros que los preceden y que preparan al cerebro del niño para alcanzar la maestría en los mismos. En realidad, ninguna función o habilidad, como pueda ser prestar atención en clase o leer y escribir (entre todas las demás) está desconectada de estas etapas previas e intermedias por las que pasa el bebé en su primer año de vida. Sino más bien lo contrario: dependen directamente de ellas.
Los doctores Quirós y Schrager, expertos en psicomotridad entre otros muchos aspectos del desarrollo infantil, lo explican así: “Un principio general que debemos aceptar es que cualquier omisión en una etapa temprana del desarrollo se traduce luego en deficiencias en la adquisición del aprendizaje.” (Quirós y Schrager, 1980, p.205).
En este primer año, los grandes logros son principalmente físicos. También los hay emocionales y sociales como el contacto visual, la sonrisa, las primeras vocalizaciones… ¡Todos importantísimos y muy significativos en el desarrollo! Sin embargo, no podemos dejar de centrarnos en la importancia que tienen los avances que el niño logra con su cuerpo, pues en gran parte este desarrollo físico precede y determina a su vez el desarrollo emocional y social que alcanzará el niño.
Hay una razón añadida por la cual insistimos en el desarrollo físico a esta temprana edad: por el gran desconocimiento que se tiene del mismo y que lleva a que muchos niños se pierdan estas etapas tan preciadas.
El doctor Jorge Ferré, especialista en medicina del desarrollo, nos dice lo siguiente: “El bebé recién nacido parte de un punto muy primitivo y debe llegar muy lejos. Debe recorrer este camino sin prisa, pero sin pausa y, sobre todo, sin saltarse ninguna etapa.” (Ferré, 2005, p.17).
Por todo lo dicho hasta ahora, sabemos que debemos prestar una especial atención a que el niño levante la cabecita estando boca abajo (sobre los dos meses), gire hacia un lado y hacia el otro (sobre los cinco), se arrastrarse (en torno a los siete), llegue a sentarse solito (en algún momento entre el arrastre y ponerse sobre las manos y las rodillas), y finalmente gatee para terminar poniéndose de pie y caminar …
Estos estadios del desarrollo motriz en el primer año se producen principalmente gracias a la colocación del niño en el suelo. Debe tenerse especial cuidado de no mantener al bebé en la misma postura boca arriba o sentado en una cuna, hamaca o sillita pues esto sería un grave impedimento a su desarrollo.
Dadas las recomendaciones de la OMS de no dejar al bebé boca abajo sin supervisión, conviene vigilarle cuando se encuentre dormido en esta posición. Pero esto no significa permitir que el bebé pase todo el tiempo boca arriba pues correría el riesgo de sufrir un aplanamiento de su cráneo y se perdería oportunidades para completar su desarrollo.
Y si bien es cierto, tal como nos enseña la conocida pediatra Emmi Pikler (Pikler, 2009, p.14-15, 19, 11), que lo mejor es no intervenir en las posturas del bebé, sino permitirle que él mismo las elija según vaya avanzando en su maduración física, es evidente que mientras el bebé no pueda elegir por sí mismo (los primeros cuatro o cinco meses aproximadamente), somos los adultos quienes debemos hacerlo. Es nuestra responsabilidad acostumbrar al bebé a diferentes posturas para que se encuentre cómodo y pueda beneficiarse de las ventajas de cada una de ellas.
Así que todo comienza por ofrecer al bebé la oportunidad de poder desarrollarse plenamente. Y esta oportunidad se llama “movimiento” y se apellida “suelo”. Una rica experiencia motriz dará lugar a un adecuado control postural y a la automatización de las funciones más básicas para que el cerebro pueda dedicar su energía a funciones más elaboradas (necesarias para el aprendizaje escolar).
El control del cuerpo y del movimiento no puede lograrse plenamente sin haber completado satisfactoriamente los grandes hitos motores del primer año de vida. Y sólo cuando un niño ha logrado este control del movimiento corporal, podrá dedicar a éste el mínimo de energía y el máximo a las exigencias intelectuales de cada tarea que se proponga realizar.
Marc Giner, psicólogo y logopeda, añade: “La etapa del suelo resulta clave tanto para su desarrollo psicomotor como para su desarrollo cognitivo y, de forma secundaria, también resultará importante para su desarrollo emocional ya que el niño podrá asumir mayor seguridad en su movimiento al haberlo integrado de manera conveniente a través de las diferentes etapas.” (Giner, 2010, p.15).
La óptica-optometrista, Alicia Gómez Martínez, asegura que “Moverse de forma apropiada es un signo de desarrollo.”(opticlinica.es/tag/desarrollo-visual/). Y Melodie de Jager, experta en neurodesarrollo infantil, nos recuerda que todo lo que puede hacer una persona a nivel emocional, social o intelectual, ha tenido que hacerlo a un nivel físico primero para lograr el “cableado” (conexiones neurológicas) necesario entre su cerebro y su cuerpo. (De Jager, 2011, p.210).
“Todo lo que obstruye el desarrollo motor del niño y obstaculiza sus movimientos repercutirá en el desarrollo del cerebro.” Doctor Harald Blomberg (Blomberg, 2011, p.32).
Gracias a esta información con la cual contamos hoy, tenemos la posibilidad (junto a nuestra responsabilidad) de cambiar una situación por desgracia demasiado común, y asegurar que ningún bebé vea su desarrollo obstruido.
Rosina Uriarte
Rosina Uriarte
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