Cometemos errores al darle la bienvenida al mundo a nuestros recién nacidos.
¿Cuántas veces ha de dejar de lado el sentido común el ser humano para meter la pata y darse cuenta mucho tiempo después?
Aquí me veis… Arreglándome para salir hacia el hospital a tener a mi primer hijo. Hace ya casi 26 años.
La ilusión no me cabía en el cuerpo, como tampoco cabía ya mi bebé. Así que no lo dudé, me vestí y me puse ese oloroso perfume que me resultaba bastante insoportable desde que estaba embarazada, pero que me resistía a tirar porque era “el” perfume que yo usaba…
No se me ocurrió pensar que la naturaleza estaba intentando protegerme de respirar algo potencialmente nocivo para mí y sobre todo, para mi hijo. Tampoco se me ocurrió pensar que él necesitaría de mi olor natural para reconocerme como su madre, como “su mundo”, su hogar… el único que conocía.
Y lo conocía muy bien por el sabor del líquido amniótico que luego reconocería como un olor familiar una vez fuera del útero. Ese olor, junto al calor y la voz de mamá, sería su gran bienvenida a este mundo.
El olfato es un sentido muy importante y determinante en muchas situaciones para mí. No pensé que lo sería también para mi pequeño.
La lógica y el sentido común me fallaron. La naturaleza, como siempre hace, me habló… Pero yo no escuché.
¡Pena darse cuenta tantos años después!
Rosina Uriarte
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