Todos tenemos la necesidad de conexión con nuestro propio cuerpo para poder conectarnos con todo lo que nos rodea y aprender sin dificultades.
Necesitamos conectar bien nuestro cuerpo con nuestro cerebro para utilizarlo eficazmente, conectarnos con el entorno y tener éxito en lo que nos propongamos hacer. Nada podemos aprender afuera que no hayamos aprendido primero dentro, en nosotros mismos.
Pero, ¿cómo se logra esta conexión?
Debajo de la piel contamos con sensores en los músculos, tendones y articulaciones que envían información al cerebro sobre nuestro cuerpo. El sentido que percibe esta información es el sentido interno llamado “propiocepción”.
La propiocepción permite que seamos conscientes de dónde está cada parte de nuestro cuerpo, de qué movimientos hacemos y qué fuerza utilizamos en cada uno de ellos.
El sentido propioceptivo se desarrolla gracias a todas las experiencias vividas con el cuerpo desde la concepción, todas las sensaciones que percibimos cada vez que nos nos tocan o nos movemos.
Sentir el cuerpo y estar bien conectado con él nos facilitará cualquier actividad que nos propongamos hacer, nos ayudará a controlar el movimiento (tanto grueso como fino), la postura, los impulsos y la atención.
Todo empieza por el cuerpo. Pero no solamente en cuanto a utilizarlo con eficacia y conectarse con lo que nos rodea. Sentirse es vital para el buen desarrollo emocional y psíquico de la persona. Y sentirse hábil en el propio cuerpo es el comienzo para sentirse capaz en otras muchas áreas. Y el germen para que crezca un buen autoconcepto y una buena autoestima.
La propiocepción falla en muchos de los niños que nos preocupan.
La realidad es que prácticamente todos los niños que muestran dificultades en un área u otra, necesitan de la estimulación táctil y propioceptiva. Necesitan percibir mejor su cuerpo, estar más conectados y sentirse así más seguros y confiados. También más capaces.
Algunos niños tienen dificultad para identificar las partes de su cuerpo sin mirarlas, no saben dónde se ha hecho daño… Tienen un pobre esquema corporal y utilizan su cuerpo con torpeza… Su postura es mala (parecen un muñeco de trapo) o tienen dificultades con las nociones espaciales, con problemas para orientarse o para distinguir la derecha y la izquierda… Se chocan contra los muebles o los compañeros, a veces haciéndolo a propósito pues necesitan de este tipo de sensaciones… Su motricidad gruesa es mala y la fina también… Todo les duele muchísimo o parece que nada les haga daño (a veces ocurren ambas cosas en el mismo niño cuando un pequeño roce les molesta muchísimo, pero no parecen sentir un gran golpe)… No quieren que les toquen, huyen del contacto con otros niños o del contacto con ciertos objetos o texturas… Odian que les laven la cara, les peinen, les corten las uñas…
Podrían añadirse más signos de desequilibrios en el sistema propioceptivo (y táctil), pero básicamente podemos afirmar que todos estos niños tienen algo en común: les cuesta prestar y mantener la atención, con lo que su aprendizaje escolar se ve afectado.
Y entonces, ¿cómo ayudar a los niños con ejercicios propioceptivos?
Cuando masajeamos a un niño con firmeza y aplicando presión, estamos estimulando no solamente la piel (el tacto), sino todo lo que hay debajo de la piel también (músculos, tendones, articulaciones…) con lo cual, el masaje deja de ser solamente un estímulo táctil para convertirse también en un estímulo propioceptivo que envía información al cerebro sobre cada parte del cuerpo masajeada.
Esto hará que el niño vaya conectándose mejor con su cuerpo para así controlarlo mejor y estar más presente en el mismo. Estando así más presente a su vez en el “aquí” y el “ahora”. Esto favorecerá su capacidad de conexión con lo que le rodea y su capacidad de prestar una adecuada atención.
Para el masaje se emplean ambas manos, que se deslizan por todas las partes del cuerpo del niño con un ritmo suave, repetitivo y lento. No deben emplearse las puntas de los dedos, sino las palmas de las manos y los dedos juntos adaptándose al cuerpo del niño. Es importante aplicar cierta presión pues el tacto ligero puede resultar irritante para algunos niños (puede provocar cosquillas o inquietud, la presión, sin embargo, relaja y da seguridad al niño) y, como sabemos, ha la presión es necesaria para estimular el sentido propioceptivo (y no sólo la piel). Cada toque durante el masaje debe ser siempre firme, lo cual le transmitirá confianza y tranquilidad.
Un masaje debería formar parte de la rutina familiar diaria pues la “regla de oro” para que una estimulación resulte efectiva es la repetición y la constancia. Es así como aprende nuestro cerebro y cómo realiza cambios que se mantengan en el tiempo. Cambios definitivos.
Con aquellos niños que no se dejen tocar, que no disfruten de los masajes o juegos de tacto, debemos tener paciencia e intentar que se aproximen muy poco a poco a este tipo de actividades. Buscar las que menos rechacen, utilizar mantas o cojines por medio (entre su cuerpo y el nuestro) y recordar siempre ejercer presión. Porque el tacto con presión resulta más agradable y relajante, molesta menos y es más probable que lo acepten con mayor facilidad.
Experiencias con la propiocepción
A menudo recibo mensajes de padres y profesionales de la educación que me cuentan sus experiencias con la propiocepción.
A continuación dejo fragmentos de algunos de estos mensajes…
Si te ha interesado esta entrada, pásate por esta anterior en la que te cuento en vídeo cómo llevar a cabo sencillos ejercicios de estimulación táctil y propioceptiva:
“LO MEJOR QUE PUEDES HACER POR TU HIJO. ESTIMULACIÓN TÁCTIL Y PROPIOCEPTIVA”
Si quieres asesoramiento para tu hijo o formarte en neurodesarrollo para conocer mejor este tipo de trabajo con los niños, no dudes en informarte en mi página rosinauriarte.com. Ponte en contacto conmigo y hablamos. Te espero 💗